Estaba un señor Cuervo posado en un
árbol, y tenía en el pico un queso. Atraído por
el tufillo, el señor Zorro le habló en estos o
parecidos términos: “¡Buenos días, caballero
Cuervo! ¡Gallardo y hermoso sois en verdad!
Si el canto corresponde a la pluma, os digo
que entre los huéspedes de este bosque sois
vos el Ave Fénix.”
Al oír esto el Cuervo, no cabía en la piel de
gozo, y para hacer alarde de su magnífica
voz, abrió el pico, dejando caer la presa.
Agarróla el Zorro, y le dijo: “Aprended, señor
mío, que el adulador vive siempre a costas
del que le atiende; la lección es provechosa;
bien vale un queso.”
El Cuervo, avergonzado y mohino, juró,
aunque algo tarde, que no caería más en el
garlito.