La Cigarra, después de cantar todo el
verano, se halló sin vituallas cuando comenzó
a soplar el cierzo: ¡ni una ración fiambre de
mosca o de gusanillo!
Hambrienta, fue a lloriquear en la vecindad,
a casa de la Hormiga, pidiéndole que le
prestase algo de grano para mantenerse hasta
la cosecha. “Os lo pagaré con las setenas”,
le decía, “antes de que venga el mes de
agosto”.
La Hormiga no es prestamista: ese es su
menor defecto. “¿Que hacías en el buen
tiempo?” preguntó a la pedigüeña. “No quisiera
ennojaros, contestole; pero la verdad es
que pasaba cantando día y noche. – “¡Bien
me parece! Pues, mira: así como entonces
cantabas, baila ahora.”