La Muerte y el Desdichado

Un Desdichado llamaba todos los días
en su ayuda a la Muerte. “¡Oh Muerte! exclamaba:
¡cuán agradable me pareces! Ven
pronto y pon fin a mis infortunios.” La Muerte
creyó que le haría un verdadero favor, y acudió
al momento. Llamó a la puerta, entró y se
le presentó. “¿Qué veo? exclamó el Desdichado;
llevaos ese espectro; ¡cuán espantoso
es! Su presencia me aterra y horroriza. ¡No te
acerques, oh Muerte! ¡retírate pronto!”
Mecenas fue hombre de gusto; dijo en
cierto pasaje de sus obras: “Quede cojo,
manco, impotente, gotoso, paralítico; con tal
de que viva, estoy satisfecho. ¡Oh Muerte!
¡no vengas nunca!” Todos decimos lo mismo.

Los Ladrones y el Jumento

Por un Jumento robado de peleaban
dos Ladrones. Mientras llovían puñetazos,
llega un tercer Ladrón y se lleva el Borriquillo.
El Jumento suele ser alguna mísera provincia;
los Ladrones, éste o el otro Príncipe,
como el de Transilvania, el de Hungría o el
Otomano. En lugar de dos, se me han ocurrido
tres: bastantes son ya. Para ninguno de
ellos es la provincia conquistada: viene un
cuarto, que los deja a todos iguales, llevándose
el Borriquillo.

El Dragón de muchas Cabezas y el de muchas Colas

Un mensajero del Gran Turco se vanagloriaba,
en el palacio del Emperador de
Alemania, de que las fuerzas de su soberano
eran mayores que las de este imperio. Un
alemán le dijo: “Nuestro Príncipe tiene vasallos
tan poderosos que por sí pueden mantener
un ejército.” El mensajero, que era varón
sesudo, le contestó: “Conozco las fuerzas que
puede armar cada uno de los Electores, y
esto me trae a las mientes una aventura,
algo extraña, pero muy verídica. Hallábame
en lugar seguro, cuando ví pasar a través de
un seto las cien cabezas de una hidra. La
sangre se me helaba, y no había para menos.
Pero todo quedó en susto: el monstruo no
pudo sacar el cuerpo adelante. En esto, otro
dragón, que no tenía más que una cabeza,
pero muchas colas, asoma por el seto. ¡No
fue menor mi sorpresa, ni tampoco mi espanto!
Pasó la cabeza, pasó el cuerpo, pasaron
las colas sin tropiezo: esta es la diferencia
que hay entre vuestro Emperador y el nuestro.”

El Lobo y el Cordero

La razón del más fuerte siempre es
la mejor: ahora lo veréis.
Un Corderillo sediento bebía en un arroyuelo.
Llegó en esto un Lobo en ayunas, buscando
pendencias y atraído por el hambre.
“¿Cómo te atreves a enturbiarme el agua?
dijo malhumorado al corderillo. Castigaré tu
temeridad. –No se irrite Vuesa Majestad, contestó
el Cordero; considere que estoy bebiendo
en esta corriente veinte pasos más abajo,
y mal puedo enturbiarle el agua. –Me la enturbias,
gritó el feroz animal; y me consta
que el año pasado hablaste mal de mí. —
¿Cómo había de hablar mal, si no había nacido?
No estoy destetado todavía. –Si no eras
tú, sería tu hermano. –No tengo hermanos,
señor. –Pues sería alguno de los tuyos, porque
me tenéis mala voluntad a todos vosotros,
vuestros pastores y vuestros perros. Lo
sé de buena tinta, y tengo que vengarme.”
Dicho esto, el Lobo me lo coge, me lo lleva al
fondo de sus bosques y me lo come, sin más
auto ni proceso.