Un pobre Leñador, agobiado bajo el
peso de los haces y los años, cubierto de ramaje,
encorvado y quejumbroso, camina a
paso lento, en demanda de su ahumada choza.
Pero, no pudiendo ya más, deja en tierra
la carga, cansado y dolorido, y se pone a
pensar en su mala suerte. ¿Qué goces ha
tenido desde que vino al mundo? ¿Hay alguien
más pobre y mísero que él en la redondez
de la tierra? El pan le falta muchas veces,
y el reposo siempre: la mujer, los hijos, los
soldados, los impuestos, los acreedores, la
carga vecinal, forman la exacta pintura del
rigor de sus desdichas. Llama a la Muerte;
viene sin tardar y le pregunta qué se le ofrece.
“Que me ayudes a volver a cargar estos
haces; al fin y al cabo no puedes tardar mucho.”
La Muerte todo lo cura; pero bien estamos
aquí: antes padecer que morir, es la divisa
del hombre.